quinta-feira, 4 de maio de 2017

La suerte induce a la invención, la necesidad se revela.


Si el azar, la suerte o la ocasión no tienen relación esencial con el sistema de la invención sino solamente con su historia en tanto “historia del arte”, la suerte induce a la invención sólo en la medida en que allí la necesidad se revela, allí se encuentra. El papel del inventor (ingenuo o genial), es precisamente, tener esta suerte. Y para ello, no ha de caer por azar en la verdad, sino de alguna forma, conocer la suerte, saber tener la suerte, reconocer la suerte de la suerte, anticiparla, descifrarla, asirla, inscribirla en el cuadro de lo necesario y hacer así obra con un lance de dados. A la vez mantiene y anula un azar como tal, transfigurando hasta el estatuto de la suerte. He aquí lo que intentan todas las políticas de la ciencia y de la cultura modernas cuando se esfuerzan -y cómo podrían hacer de otra cosa-, en programar la invención. El margen aleatorio que quieren integrar permanece homogéneo al cálculo, al orden de lo calculable, precede de una cuantificación probabilitaria y radica, se podría decir, en el mismo orden y en el orden de lo mismo. No hay sorpresa absoluta. Es lo que llamaré la invención del mismo. Es toda la invención, o casi. No lo opondré a la invención del otro (por otra parte no le opondré nada), pues la oposición, dialéctica o no, pertenece todavía a este régimen del mismo. La invención del otro no se opone a la invención del mismo, su diferencia indica otra sobrevenida, esta otra invención, con la que soñamos, esa del completamente otro, la que deja venir una alteridad todavía inanticipable y por la cual ningún horizonte de espera parece todavía pronto, dispuesto, disponible.

J.D.

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