Si fuese posible imaginar
una estética del placer textual sería necesario incluir en ella la escritura en
alta voz. Esta escritura vocal (que no es la palabra) no es practicada pero es
sin duda la que recomendaba Artaud y la que solicita Sollers. Hablemos de ella
como si existiese.
En la antigüedad la
retórica comprendía una parte que ha sido olvidada, censurada por los
comentaristas clásicos: la actio, conjunto de recetas específicas para permitir
la exteriorización corporal del discurso: se trataba de un "teatro de la
expresión", el orador–comediante "expresando" su indignación, su
compasión, etc. La escritura en alta voz no es expresiva, deja la expresión al
feno–texto, al código regular de la comunicación. La escritura en alta voz
pertenece al geno–texto, a la significancia, es sostenida no por las
inflexiones dramáticas, las entonaciones malignas, los acentos complacientes,
sino por el granulado de la voz, que es un mixto erótico de timbre y de
lenguaje y que como la dicción puede también ser la materia de un arte: el arte
de conducir el cuerpo (de allí proviene su importancia en los teatros de
Extremo Oriente). Considerando los sonidos de la lengua la escritura en alta
voz no es fonológica sino fonética, su objetivo no es la claridad de los
mensajes, el teatro de las emociones, lo que busca (en una perspectiva de goce)
son los incidentes pulsionales, el lenguaje tapizado de piel, un texto donde se
pudiese escuchar el granulado de la garganta, la oxidación de las consonantes,
la voluptuosidad de las vocales, toda una estereofonía de la carne profunda: la
articulación del cuerpo, de la lengua, no la del sentido, la del lenguaje. Un
cierto arte de la melodía puede dar idea de esta escritura vocal, pero como la
melodía está muerta es tal vez en el cine donde pueda encontrársela con mayor
facilidad. En efecto, es suficiente que el cine tome de muy cerca el sonido de
la palabra (en suma es la definición generalizada del "granulado" de
la escritura) y haga escuchar en su materialidad, en su sensualidad, la
respiración, la aspereza, la pulpa de los labios, toda una presencia del rostro
humano (que la voz, que la escritura sean frescas, livianas, lubrificadas,
finamente granuladas y vibrantes como el hocico de un animal) para que logre
desplazar el significado muy lejos y meter, por decirlo así, el cuerpo anónimo
del actor en mi oreja: allí rechina, chirria, acaricia, raspa, corta: goza.
Roland Barthes
Nenhum comentário:
Postar um comentário