En resumen, la palabra puede ser erótica bajo dos condiciones opuestas, ambas excesivas: si es repetida hasta el cansancio o, por el contrario, sí es inesperada, suculenta por su novedad (en ciertos textos, las palabras brillan, son como apariciones que distraen, incongruentes –importa poco que puedan parecer pedantes; personalmente me gusta esta frase de Leibniz: "... como si los relojes de bolsillo marcasen las horas por obra de cierta facultad horodeíctica, sin tener necesidad de engranajes, o como si los molinos triturasen el grano por una cualidad fracturante sin necesidad de muelas."). En ambos casos es la misma física del goce, el surco, la inscripción, la síncopa: tanto lo que es ahuecado, revuelto, o lo que estalla, desentona.
Roland Barthes
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